Pasamos por momentos de alta incertidumbre. Incertidumbre respecto a nuestra economía y cómo retornará a la “normalidad”, incertidumbre respecto a cómo esta pandemia cambiará la forma en que nos movemos por nuestras ciudades y en cómo estas seguirán creciendo. Nuestra sociedad está activamente trabajando en conjunto con las autoridades para abordar de mejor forma los cambios que podrían venir en el futuro cercano.
A pesar de estas grandes incertidumbres, existen algunas cosas que sabemos con certeza casi absoluta. Una de ellas es la amenaza del cambio climático que, con o sin pandemia, nos acecha desde el futuro no-tan-lejano. Muchos dirán que la crisis actual demanda foco en lo inmediato y que preocuparse por emisiones de carbono es casi frívolo en momentos como éste. Sin embargo, hay muchas voces llamando a aprovechar la oportunidad única que presenta la crisis actual para hacer cambios estructurales en nuestras ciudades. La formulación de políticas como la descrita en la columna de Cristóbal Pineda, adjunta en este boletín, define un marco claro que nos permitirá trabajar en función objetivos cuantificables. A lo anterior, se vuelve urgente sumar una visión de ciudad y de su crecimiento que sea consensuada por todos, ciudadanía y autoridades, acompañada de un profundo cambio en el “cómo” hacemos las cosas, de manera que las políticas y la infraestructura que vean la luz sean efectivamente aquellas que nos ayuden a alcanzar los objetivos planteados.