El Triunfo de las Ciudades es un libro de divulgación sobre economía urbana, de ágil lectura, entretenido y muy informativo. El libro, mezcla de teoría económica urbana y anécdotas de historias de ciudades, plantea la hipótesis que las ciudades fueron, son y serán la mejor respuesta para enfrentar los problemas ambientales y de pobreza que nos aquejan. Para ello, el autor-recurriendo a una frondosa referencia bibliográfica- entrega numerosos datos y antecedentes que aportan a su hipótesis. Entre otras cosas muestra que, en los EE.UU, el consumo energético per cápita es menor en las ciudades que en áreas rurales y aún más, es menor en las zonas más densas de las ciudades que en las zonas menos densas. A partir de esto último y otros datos, el autor defiende enérgicamente la densificación de las ciudades, haciendo un enfático llamado a terminar con todas aquellas regulaciones que atentan contra la densificación urbana y promueven la sub-urbanización. Incluso llega a decir que cuando en unos 100 o 200 años se repase la historia urbana del siglo XX, se reconocerá el proceso de sub-urbanización como una aberración. En otras partes del libro su vehemencia en la defensa de la densificación urbana adquiere ribetes graciosos, diciendo cosas tales como que la congestión se mude de las calles a las aceras peatonales y los ascensores.
Lo que me motiva a escribir la presente nota, más allá de mis comentarios del primer párrafo, es destacar cinco factores que según Glaeser contribuyen al fenómeno de la sub-urbanización de las ciudades en los EE.UU y que el autor sostiene que es hora de revertir, además de pedir encarecidamente a los países en vías de desarrollo que ojalá no imiten el camino de los EE.UU en la materia. Espero con ello contribuir al debate sobre si las ciudades deben expandirse en extensión o en altura.
El orden en que presentaré cada uno de los factores es a criterio mío y no guarda relación alguna con su importancia relativa. Los dos primeros factores a nombrar están relacionados con la política de transporte. En primer lugar, figura la gran inversión a cargo del gobierno federal y de los gobiernos estatales que contribuyó a generar una amplísima red de autopistas, inversión que se financia no con cargo a usuarios sino con cargo a rentas generales. En segundo lugar, existe un impuesto a la bencina extremadamente bajo que abarata el costo de conducir. Así, los costos percibidos de conducción son mucho más bajos que los verdaderos costos marginales y entonces se incentiva un uso desmedido del vehículo, que fomenta el traslado de los centros urbanos a la periferia suburbana.
En tercer lugar, el autor menciona el notable crecimiento de las regulaciones urbanas que dificultan las construcciones en altura y, por lo tanto, limitan artificialmente la posibilidad de densificar. En especial, el autor sostiene que existe una tendencia muy fuerte a que cuando los barrios alcanzan ciertos niveles de densificación, las asociaciones de vecinos exigen normativas que hacen muy difícil las nuevas construcciones, sobre todo si son en altura, y con ello no queda más alternativa que una mayor sub-urbanización para satisfacer las permanentes nuevas demandas habitacionales.
En cuarto lugar, el autor critica la política impositiva de EE.UU que permite deducir del pago de impuestos personales los pagos de intereses por deuda hipotecaria. Ello provee un incentivo adicional a poseer una vivienda en lugar de arrendar y, estas nuevas viviendas, suelen hallarse en los suburbios.
Por último, se destaca el giro que tomaron las políticas educativas en muchos centros urbanos de EE.UU, que en pos de objetivos muy nobles, terminaron produciendo efectos contrarios, entre ellos, hacer que muchas familiar de ingresos altos y medios-altos decidan migrar hacia los suburbios buscando mejores colegios para sus hijos.
Aclaro que el autor no critica en absoluto a las personas que toman la decisión de trasladarse a los suburbios. Incluso sostiene que si las personas prefieren la vida suburbana están en todo su derecho de hacerlo y que ninguna legislación debería prohibirlo. El autor pide, sin embargo, que el Estado no fomente, a través de políticas públicas, la sub-urbanización en desmedro de la mayor densificación de las áreas consolidadas. Y pide que además cobre por las externalidades que el proceso de sub-urbanización genera, de manera que quienes quieran llevar una vida más ‘verde’ paguen el mayor costo ambiental que ello genera, valga la paradoja.
El libro trata mucho más temas que los que menciono en esta breve nota y recomiendo su lectura a todos quienes estén interesados en la problemática urbana.