Hani Mahmassani, era director del Centro de Transporte de la Universidad Northwestern (NUTC) y profesor de ingeniería civil y ambiental. Falleció el 15 de julio de 2025 a los 69 años. Mahmassani será recordado por su experiencia en ciencia del transporte y logística, su pasión por la mentoría y el trabajo colaborativo, y su capacidad para comunicarse de manera carismática y clara con el público.
Mahmassani obtuvo su título de ingeniero civil en 1976 en la Universidad de Houston, un magíster en ingeniería civil en 1978 en la Universidad de Purdue, y un doctorado en sistemas de transporte en 1982 en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Se desempeñó como profesor en la Universidad de Texas en Austin y en la Universidad de Maryland, y el 2007 Mahmassani se incorporó a la facultad de ingeniería de Northwestern. En 2021, fue elegido miembro de la Academia Nacional de Ingeniería de Estados Unidos, en reconocimiento a “sus contribuciones a la modelación de redes de transporte inteligentes y a la colaboración interdisciplinaria en la ingeniería de transporte”. En 2023, recibió el premio Robert Herman Lifetime Achievement Award en Ciencia del Transporte otorgado por el Instituto de Investigación Operativa y Ciencias de la Gestión (INFORMS), y fue parte de la generación 2024 de académicos reconocidos por esa misma institución. Recibió numerosos otros premios por su trabajo y fue un autor prolífico y frecuentemente citado.
Sus áreas de especialización incluían los sistemas de transporte multimodal, la modelación y optimización dinámica de redes, la planificación y diseño de redes de transporte público, la dinámica del comportamiento de los usuarios y la telemática, las interacciones entre telecomunicaciones y transporte, los sistemas de infraestructura humana a gran escala, y la operación en tiempo real de sistemas logísticos y de distribución.
A continuación, presentamos breves semblanzas personales de dos de nuestros miembros que fueron muy cercanos a Hani.
“Hemos perdido a un campeón de la Ingeniería de Transporte y he perdido a un amigo generoso como pocos en todo el sentido de la palabra. Conocí a Hani en 1978 al ingresar ambos al programa de doctorado en la División de Sistemas de Transporte en MIT. Libanés de origen, hizo su carrera académica en los EEUU comenzando en la U. de Texas en Austin en 1982. Nos reencontramos el año 1992, en el congreso Panamericano realizado en Caracas. Hani viajaba con dos casetes – el unplugged de Eric Clapton (su héroe) y el concierto de George Harrison en Japón – y me ofreció una. Luego de hablar con Milli, su señora en Austin, y contarle que yo la recordaba perfectamente de la época estudiantil, me regaló las dos por decisión de ella. Música, academia y familias cimentaron nuestra relación por los siguientes 33 años.
Los seminarios que me invitó a dar en UT Texas durante los 90 fueron siempre acompañados por visitas a los múltiples locales de blues, jazz y rock donde Hani me introdujo a estupendos intérpretes que hoy integran mi colección de CDs y que he difundido en mi programa. Algo de lo nuestro llevé a su casa: la música de Congreso, Los Tres y Los Prisioneros, y las camisetas del Colo y de la U que usaron sus hijos Amine y Ziad. Esto continuaría luego que los Mahmassani se movieran a Maryland primero y a Evanston luego. En este último lugar su hospitalidad se extendió a nuestros hijos y nueras cuando hicieron sus estudios de doctorado o estadías de investigación en la Universidad de Northwestern. Hani visitó Chile en varias ocasiones, invitado por el ISCI o por nuestro Observatorio de Uso del Tiempo (en una ocasión con Milli). Por supuesto conoció Ñuñoa. Compartimos alegrías y penas familiares, incluyendo la triste partida de Milli en 2018.
Su enorme experiencia guiando estudiantes, reportando su investigación, y como editor en importantes revistas, hizo de Hani una importante referencia para mí en la discusión de temas académicos de todo tipo, estando siempre dispuesto a aportar con profundidad, honestidad y dedicación lo aprendido en la práctica continua de nuestra profesión. Esta dimensión de su generosidad hizo que 18 años atrás yo escribiera en el prólogo de mi libro Transport Economic Theory, que “muchos queridos colegas en el mundo, tal vez demasiados a mencionar, han contribuido de diversas maneras con su tiempo y cariño a mantener viva y placentera la interacción académica; quiero reconocer explícitamente a Hani Mahmassani…”.
A fines de junio de este año tuve la fortuna de disfrutar su compañía durante la conferencia de ITEA en Evanston, poniéndonos al día en conversaciones normalmente alrededor de una buena mesa. Nunca imaginé que serían las últimas. Su presencia nos (me) hará mucha, mucha falta.”
Sergio Jara-Diaz, julio 2025.


“Tuve la suerte de conocer a Hani en 2001, cuando llegué a la Universidad de Texas en Austin para realizar mi doctorado bajo su supervisión. En ese entonces, ya era un académico ampliamente reconocido y uno de los principales referentes en ingeniería de transporte. Se destacaba por la gran variedad de temas que dominaba: desde teoría de tráfico, modelos dinámicos de simulación, modelos de elección discreta, diseño de redes de transporte público, sistemas inteligentes de transporte, logística y transporte de carga, hasta, más recientemente, el transporte aéreo urbano, entre muchos otros. En cada uno de estos ámbitos, buscaba comprender cómo las nuevas tecnologías de información y comunicación transformarían la forma de viajar, y cómo el diseño y operación de los sistemas podía optimizarse para mejorar su eficiencia y el nivel de servicio a los usuarios.
Si algo caracterizaba a Hani era su curiosidad inagotable y su enorme capacidad de trabajo. Abordaba los problemas de manera profundamente multidisciplinaria: partía por identificar problemas relevantes en ingeniería de transporte y luego seleccionaba las mejores herramientas para enfrentarlo. Dominaba técnicas de investigación de operaciones, econometría, teoría de tráfico y sabía combinarlas con gran destreza para abordar distintos desafíos en transporte.
Tenía una pasión auténtica por su trabajo y por las personas con las que colaboraba. Era generoso con su tiempo y conocimientos, a pesar de su intensa agenda. Se exigía mucho a sí mismo: dormía poco y trabajaba intensamente, solía quedarse hasta altas horas de la noche en su oficina, buscando que su experiencia tuviera el mayor impacto posible. Cada vez que uno lo veía, transmitía una sensación de urgencia contagiosa. Solía dirigir simultáneamente a más de diez estudiantes de doctorado, y aun así mantenía una relación cercana y personal con cada uno de nosotros. En las reuniones semanales, esperaba que llegáramos muy bien preparados, que justificáramos rigurosamente nuestras decisiones y que mantuviéramos siempre altos estándares. No buscaba excelencia por perfeccionismo, sino porque creía profundamente en nuestras capacidades.
Recuerdo que, durante las reuniones, mientras yo exponía, solía dibujar. Más de una vez pensé que estaba completamente distraído, sólo para ser sorprendido con un comentario o pregunta que me dejaba reflexionando por días. Muchas de mis mejores respuestas llegaban mucho después de terminada la reunión. Entre las muchas lecciones que me dejó, una de las más valiosas fue la importancia de formular correctamente un problema de investigación y de motivarlo adecuadamente. Hani solía insistir en que, en investigación, es más probable equivocarse en la definición del problema que en su resolución. Las herramientas para resolverlos se adquieren con el entrenamiento académico, pero identificar las preguntas correctas y fundamentarlas bien es lo que realmente marca la diferencia entre ser un buen investigador y tener verdadero impacto. Trabajar con alguien como Hani te hace inevitablemente más autoexigente, más consciente del valor del trabajo bien hecho y de su potencial para generar cambio.
Una experiencia que me impresionó durante mi primer mes de doctorado fue el 11 de septiembre de 2001, el día del atentado a las Torres Gemelas. Esa tarde teníamos clase de su curso de Sistemas de Transporte. Al comenzar la clase, realizó un análisis técnico sobre la evacuación de Manhattan y de las recomendaciones seguidas basadas en teoría del tráfico para maximizar el flujo de personas. Me impactó profundamente, no solo por la claridad del análisis en un momento tan crítico, sino porque no era un tema que figurara entre sus principales líneas de investigación. Más tarde supe que había sido uno de los pioneros en aplicar teoría del tráfico al estudio del flujo peatonal en eventos masivos, con trabajos en el Medio Oriente sobre el movimiento de peregrinos hacia las mezquitas.
En el plano más personal, fuera del ámbito académico, Hani era una persona profundamente culta, y conversar con él sobre cualquier tema siempre resultaba enriquecedor. Había crecido en el Líbano y estudiado en un liceo francés, del que solía destacar que le enseñaban dos versiones de la historia: la francesa y la local. Quizás esa experiencia formativa fue clave para desarrollar su gran apertura, tolerancia y capacidad para escuchar con genuino interés. Amante de la buena mesa, disfrutaba organizando comidas con sus estudiantes y exalumnos, especialmente cuando coincidíamos en conferencias. En la fotografía adjunta, aparecemos en la primera conferencia a la que asistí tras graduarme. Hani había arrendado un auto y nos llevó a recorrer los alrededores de Altea y compartir una excelente comida con otros exalumnos. Durante el TRB, la recepción organizada por Northwestern —bajo su liderazgo— era siempre una de las más concurridas; resultaba difícil incluso saludarlo entre tanta gente que buscaba un momento para conversar con él. Son muchos los recuerdos en los que su calidez, generosidad y entusiasmo se hacen especialmente evidentes.
Su partida nos deja un profundo vacío, no solo en el ámbito académico, sino también en la vida de los numerosos estudiantes, colegas y amigos que tuvieron la suerte de conocerlo”.
Querido profesor, descansa en paz. Tu ejemplo, tus principios y tus enseñanzas nos seguirán acompañando.
Ricardo Giesen Encina, julio 2025



