Patricia Galilea. Académica Pontificia Universidad Católica de Chile y Socia Sochitran
Keiko Porath. Ingeniera Civil Industrial Pontificia Universidad Católica de Chile. Estudiante de Magister. Güil Mobility Venture
Si bien nuestra sociedad ha avanzado en términos de igualdad de género aún no se tiene conciencia respecto a la diferencia de patrones de viaje entre hombres y mujeres, en términos de movilidad se producen diferencias importantes al comparar cómo se mueven hombres y cómo nos movemos nosotras, las mujeres. De acuerdo con la última Encuesta Origen Destino del Gran Santiago Urbano, las mujeres realizamos más viajes, de menor distancia y en otros periodos que los hombres. Este patrón no es único de nuestra idiosincrasia (de Santiago o chilena), se repite en ciudades de países en todo el mundo, sin importar el nivel de desarrollo del país. De hecho, no sólo nuestros viajes son diferentes, también elegimos diferentes modos de transporte: tendemos a usar más el transporte público y caminar más que los hombres, mientras los hombres usan más el transporte privado.
Hay varias razones que pueden explicar esta diferencia. Por un lado, los roles de género pueden influir en que las mujeres tengamos ciertos patrones de movilidad asociados a roles de cuidado. Sánchez de Madariaga incluso utiliza el concepto de viajes en cadena, vinculado a las personas que ejercen labores de cuidado (por ejemplo, llevar niños al colegio) y deben vincularlo con el resto de sus actividades diarias (como ir al trabajo). Este encadenamiento de viajes requiere, además, de una mayor planificación para cumplir con las diversas labores en una sola salida de la casa, versus los viajes pendulares de las personas que viajan desde el hogar solamente al trabajo y vuelven al hogar. Si bien la repartición más justa de estas labores de cuidado es algo en lo que se ha ido avanzando como sociedad, nos falta mucho en términos de la planificación de los servicios de transporte. La necesidad de pensar en servicios en horarios fuera de punta o que nos permitan hacer estas cadenas de viaje más demorosas sin mayor costo es importante para hacer un transporte público más inclusivo en términos de género. Otro paso importante sería el contar con el cruce de género en los resultados principales de las Encuestas Origen Destino de nuestro país, porque es importante analizar nuestras diferencias en movilidad para encontrar respuestas más inclusivas y no solo enfocadas en un promedio que invisibiliza nuestras necesidades.
Otra razón que explica por qué nos movemos diferente a los hombres es la sensación de inseguridad que las mujeres percibimos en mucho mayor medida. Y no me refiero solo a la percepción de inseguridad vinculada a un robo, sino que a la inseguridad vinculada al acoso callejero o, aún peor, las agresiones sexuales. Por ejemplo, nos da miedo viajar e incluso caminar solas de noche y eso nos impide movernos libremente. Y esto coarta nuestras posibilidades de estudio, trabajo e incluso entretención, porque el transporte es un medio para hacer otra cosa. Si yo no cuento con una opción segura para ir a un lugar, probablemente no iré. Además, tendemos a no volver a usar una ruta o modo de transporte en donde sufrimos acoso. Por lo tanto, hacer nuestros sistemas de transporte público más seguros es importante para no fomentar el uso del transporte privado y para devolvernos la libertad de poder viajar cuando lo necesitemos. Y esta es una labor en donde debiéramos trabajar como sociedad en ser aliados activos de quienes están siendo vulnerados a nuestro alrededor.
Además de las razones anteriores, nosotras tenemos otras necesidades de accesibilidad a los diferentes modos de transporte. Debido a los viajes de cuidado, generalmente viajamos con niños y/o con coches, adultos mayores con movilidad reducida, y tendemos a llevar paquetes y bolsas pesadas. Los servicios de transporte debieran, entonces, estar planificados y diseñados para satisfacer nuestras necesidades, otorgándonos el espacio y la prioridad a quienes cuentan con movilidad reducida. Este es otro ámbito importante por inculcar en la sociedad: el respeto a la prioridad de las personas con movilidad reducida. Y, atención, porque el lograr una sociedad más inclusiva, no solo nos ayuda a las mujeres en nuestra movilidad, también apoya en la movilidad a los adultos mayores, a las personas con discapacidad y a todos aquellos que tienen una movilidad más reducida.
Finalmente, hay un elemento que generalmente reduce la accesibilidad y es la desigualdad económica. Por ejemplo, las mujeres con menores ingresos pueden tener menos acceso a opciones de transporte y pueden estar limitadas a opciones de transporte menos seguras o menos cómodas. Las mujeres que trabajan en empleos precarios o informales también pueden tener menos flexibilidad en sus horarios de trabajo y menos acceso a opciones de cuidado infantil, lo que puede limitar sus oportunidades de movilidad. La literatura incluso menciona que las mujeres con menores recursos económicos son más propensas a sufrir de la pobreza de tiempo, debido a su mayor carga en las responsabilidades del hogar, sumado a que tienen menos alternativas de transporte y menos recursos económicos. Una persona con ingresos suficientes para contratar ayuda no experimentará la misma inmovilidad que una persona con menos ingresos que se vuelve inmóvil.