¿Es tan complicada la vida de una persona con discapacidad en nuestra sociedad?
Yo no quiero convencerlos de nada. Simplemente, voy a relatar algunas micro-historias que personas con discapacidad que me han contado. Muchas de ellas, lo hicieron sin mayores expectivas que las de desahogarse por una sociedad para la cual no son importantes.
Si en alguno de estos párrafos usted observa una oportunidad de mejora o una vinculación con el sector transporte, es solo una bella coincidencia.
A modo de introducción, comentar lo mucho que las personas con discapacidad resienten las distintas formas que la sociedad utiliza para referirse a ellos: inválidos, minusválidos, discapacitados, cieguito, tullido, lisiado, maldito lisiado etc. Si bien la ley y la Convención de Naciones Unidas ya resolvió esto, la sociedad en su conjunto ha sido muy reacia a aceptar el cambio. Para que todos estemos en igualdad de conocimiento, las formas correctas son: Persona con discapacidad, persona en situación de discapacidad o persona más su condición (ciega, sorda, etc.) El mayor argumento para respetar esta convención es que las propias personas con discapacidad son las que han decidido y declarado como quieren ser tratadas. Primero, que siempre se releve y reconozca su condición de persona. Aunque usted lo no crea, esta condición, tan básica, evidente y elemental, no siempre ha sido reconocida, pudiendo encontrarse viejos escritos que hacen referencia a las personas con alguna discapacidad como “monstruosidades”
¿Es correcto que una persona con discapacidad maneje? Si bien nuestra normativa no restringe la entrega de licencias de conducir tipo B, en la práctica, diversos municipios limitan y condicionan su entrega. ¿Pero con qué criterio? Una persona sorda profunda (es decir, que no escucha nada) me contaba que a ella le entregaban la licencia por menos tiempo que al resto, debido a que le pedían que se controlara más seguido. ¿porqué? ¿Porque iba a quedar más sorda aun? Es decir, las personas sordas sufren una fuerte discriminación al momento de obtener su permiso para manejar: Primero deben estudiar una ley que difícilmente está en formato accesible (lengua de señas chilenas). Además no cuentan con interpretes en los gabinetes psicotécnicos, lo cual significa que para acceder a este derecho ellos deben desembolsar más dinero que el resto de las personas. Y por último, muchos deben renovar más seguido, (si es que les dan la licencia).
Un ejecutivo de un taller de autos de Santiago, que hace adaptaciones de vehículos para personas con discapacidades físicas, me contaba de la difícil tarea que ellos debían realizar, discriminando a quienes sí le adaptaban el vehículo y a quienes no. Actualmente no existen normas respecto de la adaptación de vehículos. Si bien existen algunas pautas y recomendaciones ya sean internacionales o de las propias marcas de los vehículos, existe un amplio rango para la discrecionalidad. Según me contaba este ejecutivo, muchas personas con discapacidad sueñan con la posibilidad de tener su propio auto adaptado, pues lo ven como una vía hacia la independencia e inclusión en la sociedad. Sin embargo, no todas las adaptaciones son posibles y seguras. No todas las personas con discapacidad pueden (o deben) manejar. Ya sea por criterios de seguridad personal, públicos, o simplemente por criterios de realidad, son los propios talleres los que deben rechazar realizar algunas adaptaciones, debiendo ellos adoptar la ingrata labor de truncar las ilusiones a una persona, que además suele llegar con su familia, negándoles ese sueño, para el cual en el común de las veces han estado ahorrando por mucho tiempo.
Todos celebramos y disfrutamos los avances tecnológicos de los que Metro hace gala. Sin embargo, las personas ciegas suelen tener más de un dolor de cabeza con ellos. Si bien cada vez es menos frecuente, no es raro que el sistema sonoro que informa las estaciones tenga problemas de sincronización, se encuentre desactivado o, incluso se haya puesto el equivocado (de otra línea o en sentido inverso). Una persona ciega me comentaba que cada viaje en metro era un desafío. Primero tenía que descubrir qué tarjeta era su tarjeta bip!. ¡Tan fácil que sería que las tarjetas tuviesen un pequeño dentado en el borde o algún relieve que les permitiera distinguirlas! Y una vez que tiene su tarjeta, viene el desafío de conocer su saldo y cargarla. Tradicionalmente esto lo resolvían más o menos fácilmente en las boleterías de metro, que es un sistema que se ajusta plenamente a los criterios de Universalidad: todos usamos las mismas instalaciones. Sin embargo, las modernas líneas 3 y 6 incorporaron el sistema de autocarga, con equipos con pantallas táctiles, las cuales resultan ser completamente inaccesibles para las personas ciegas.
La gran pregunta es ¿cómo cambiar estas historias y cómo poner fin a tantas exclusiones que viven las personas con discapacidad?. La solución no la encontramos en la tecnología de punta, sino que la encontramos en una técnica tan antigua como la humanidad y muchas veces olvidada en nuestra especialidad: Conversando. Hay que construir los cambios conversando con las personas, entendiendo qué necesitan, explicándoles qué se puede y que no se puede hacer y llegando a consensos que nos permitan, a todos, ser parte de una misma sociedad.