Cuando estaba en la universidad, ya habiendo dejado el plan común y elegida la carrera de Ingeniería Civil, recuerdo que los estudiantes que seguían la carrera de Ingeniería Civil Industrial eran evaluados en uno de sus ramos semana a semana por responder “¿Qué aprendí?”. Esto era frecuente motivo de burla de los estudiantes de otras carreras. En general, ser evaluados por ese “sencillo ejercicio” era visto como algo demasiado trivial por los estudiantes de otras especialidades, cuyas evaluaciones poseían fama de ser bastante más complejas. Por muy “trivial” que pueda resultar el ejercicio, mi experiencia profesional me ha hecho concluir que hacernos esa pregunta es muy necesario y bastante ausente en nuestra práctica. Plantearnos dicha reflexión cada cierto tiempo, permitirnos compartir sus conclusiones y derivar recomendaciones para que otros puedan también aprender de ellas, puede ser tan valioso como los resultados mismos de la tarea ejecutada.
Recientemente me tocó trabajar en un estudio que considera diversas entrevistas a profesionales del sector público, muchos de los cuales trabajan o han trabajado en el desarrollo de planes de infraestructura urbana de transporte. Una de las conclusiones que me dejó particularmente sorprendida y preocupada al momento de realizar el diagnóstico, fue la falta de sistematización del aprendizaje alcanzado en las distintas etapas de elaboración de dichos planes. Muchos de los procesos llevados a cabo para la formulación e implementación de estos planes dependen de canales no formales de comunicación y coordinación, además de, fundamentalmente, la voluntad y entusiasmo de los actores que estén involucrados.
El aprendizaje es sin duda un logro de los profesionales a cargo de dichas tareas. Sin embargo, esto no necesariamente se traduce en aprendizaje institucional. Esta situación es particularmente no deseable en una realidad en la que existen cargos de confianza que suelen tener alta rotación con los cambios de color político de nuestras autoridades ¿Queremos partir desde cero cada cuatro años o cada vez que un profesional, sea cual sea la razón, deja de ejercer su cargo? ¿Podremos contribuir a que las experiencias de un organismo público puedan apoyar a otro al verse enfrentado a una tarea similar?
Esta reflexión también es válida para el mundo de la consultoría. Creo que luego de 7 años trabajando en consultoría, principalmente en estudios donde el mandante o la contraparte está compuesta por organismos públicos como SECTRA, MOP, MINVU o EFE, no he visto que se dé la instancia formal de retroalimentación del consultor hacia la contraparte. Con esto no estoy diciendo que el consultor no tenga la posibilidad de dar su opinión técnica y proponer cambios a lo largo del estudio, pues justamente de eso se trata la consultoría. Me refiero a una instancia final en la cual se pueda conversar con una retrospectiva holística sobre el trabajo realizado y lo aprendido a lo largo de él por ambas partes. Este ejercicio puede resultar de gran utilidad, no solo al mandante o contraparte del estudio, sino al mismo consultor, al obligarlo a reflexionar y mejorar en futuras oportunidades. ¿Cuál fue el aporte del estudio realizado? ¿Cumplió con los objetivos originalmente planteados? ¿Cuáles fueron sus principales dificultades? ¿Eran realmente necesarias todas las tareas realizadas? ¿Qué procesos se podrían mejorar para una próxima oportunidad? ¿Qué parte del trabajo realizado es posible de heredar a otros problemas o realidades?
Hace un par de años, en el contexto de un estudio que contemplaba una tarea de encuestas origen destino a bordo de taxis colectivos, comenté a un profesional de la contraparte sobre nuestra intención de hacer una modificación a la metodología de toma de datos originalmente establecida en las bases de licitación. Esto, dada la “conocida” dificultad para el encuestador de registrar adecuada y simultáneamente las subidas y bajadas del vehículo y realizar la encuesta, ambas tareas solicitadas por bases. Ante esto, la respuesta que obtuve fue “nunca había escuchado de dicha dificultad”. ¿De verdad? ¿Nunca? ¿Será que solo a nuestros encuestadores les costaba hacerlo? ¿Ningún otro consultor ha tenido dichas dificultades? Como empresa consultora llevábamos muchos estudios haciendo dicha tarea, ¿Nunca habíamos comentado la imposibilidad de realizarla correctamente? ¿Fallamos nosotros que nunca lo comunicamos? ¿Falló la contraparte que nunca se percató?
Me he convencido de la gran necesidad de avanzar en la sistematización del conocimiento y aprendizaje en nuestro quehacer profesional y de la deuda pendiente que tenemos con ello. Es necesario que la reflexión sobre lo aprendido no solo se lleve a cabo constantemente en nuestra práctica profesional, sino también que dicha reflexión quede escrita, que sea compartida y publicada para que posteriormente otros puedan tomarla. Si bien pueden ser valiosos los estudios específicos donde se busca recoger este tipo de experiencias, no creo suficiente depender solo de dichas instancias, puede que sea tarde, que las personas claves ya no están disponibles, que lo hayan olvidado.
Los invito a comprometernos a dejar por escrito, en cada uno de nuestros proyectos, estudios y en nuestro quehacer profesional en general, los logros alcanzados y las dificultades encontradas. A generar recomendaciones para que a futuro otros puedan tomar la posta y hacer mejoras. A reconocer los requisitos mínimos para que puedan hacerlo de una forma satisfactoria, esquivando ojalá las piedras con las que nosotros hemos tropezado.