por Rodrigo Fernández, Director de SOCHITRAN. Profesor Titular de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Aplicadas en la Universidad de los Andes.
En la última semana, al menos dos cartas al director de El Mercurio han puesto sobre la mesa un tema recurrente en las calles chilenas: el exceso de lomos de toro (o resaltos reductores de velocidad). Las quejas provienen de comunas tan diversas como Vitacura y Huechuraba, lo que evidencia que el problema no es exclusivo de sectores específicos, sino que se extiende por toda la ciudad. La frecuencia de estos dispositivos varía entre 2 a 5 por kilómetro, y lo que es aún más alarmante, la mayoría no cumple con los estándares técnicos definidos en el Manual de Señalización de Tránsito.
Un breve ejercicio académico realizado con alumnos del curso Ingeniería y Gestión de Tránsito en las inmediaciones de la Universidad de los Andes reveló que, de una muestra de 50 lomos de toro, más de la mitad no cumplía con la normativa: 7,5 cm de altura, 3,7 m de ancho y 20 cm libres junto a la solera. La creatividad en su diseño e instalación es amplia: lomos de toro que son demasiado altos, cortos, largos, cuadrados, hechos de asfalto o caucho, y en su mayoría, deteriorados.
La explicación histórica se remite al siglo pasado, cuando la instalación de semáforos era la respuesta habitual de las autoridades ante demandas de los vecinos por los accidentes en intersecciones. Más tarde, la UOCT comenzó a exigir estudios de flujo vehicular para justificar la instalación de semáforos, y así nacieron los lomos de toro como única solución alternativa.
Pero los lomos de toro no son la única medida disponible para reducir la velocidad. Existen opciones más sofisticadas y ajustadas cada contexto específico, como bandas alertadoras, chicanas, pavimentos texturizados, minirotondas, intersecciones elevadas, ensanchamientos de aceras e incluso intervenciones de paisajismo y diseño urbano. Estas herramientas, utilizadas en países con tradición en traffic calming, como los Países Bajos o Reino Unido (IHT, 1997), no solo mejoran la seguridad vial, sino que también generan entornos más agradables.
Entonces, ¿por qué estas alternativas no se implementan con la misma frecuencia que los lomos de toro? Una hipótesis apunta a la simplicidad y bajo costo del lomo de toro, una solución que además no está sometida a fiscalización rigurosa. Pero una segunda razón, y más preocupante, radica en el desconocimiento técnico y en la ausencia de una gestión integral del tránsito a escala local (comprehensive traffic management) (Fernández, 1996), que parece no haber permeado suficientemente en quienes toman decisiones en las municipalidades y organismos locales.
Para la ingeniería de transporte en Chile, este panorama plantea un desafío claro: difundir estos conceptos y promover la adopción de tecnologías y prácticas modernas en la gestión del tránsito. En esta tarea, instituciones como SOCHITRAN tienen un rol central, en línea con su misión de fomentar la innovación tecnológica en el sector transporte nacional.
Es hora de trascender el lomo de toro y avanzar hacia un enfoque integral y sostenible en la gestión de tránsito. Como ingenieros, tenemos la responsabilidad de educar y asesorar a las autoridades para que el diseño vial no solo responda a problemas inmediatos, sino que construya ciudades más seguras, eficientes y habitables.
Fernández, R. (1996). Formulación de esquemas integrados de gestión de tránsito. Apuntes de Ingeniería Vol.19 Nº4. Ediciones Universidad Católica de Chile.
IHT (1997). Transport In the Urban Environment. Chapter 20, Traffic Calming and the Control of Speed. The Institution of Highway and Transportation, London.