Aumentar la capacidad de un sistema de transporte no siempre se traduce en una mejora en el nivel de servicio de los usuarios. Esta aparente paradoja, observada el año 1968 por Dietrich Braess, es ampliamente referenciada en el mundo de la Ingeniería de Transporte, y nos advierte sobre el peligro de abordar los problemas de transporte únicamente desde la perspectiva de inversión en infraestructura o capacidad.
Este tipo de situaciones, naturalmente, también pueden ocurrir en redes de transporte público.
Consideremos el siguiente escenario: sobre un corredor aislado, opera inicialmente solo un servicio regular (es decir, que se detiene en todas las paradas del corredor). Supongamos que existe un gran número de usuarios que usan este servicio para viajar de extremo a extremo en el corredor. Resulta natural pensar que convendría ofrecer un servicio expreso conectando estos extremos, de forma de ofrecer un viaje más expedito a estos usuarios. La pregunta que surge entonces es con qué frecuencia operar este nuevo servicio. Para simplificar el análisis, supondremos que el servicio regular no varía su frecuencia (aunque este efecto también podría ser tomado en consideración). De esta manera, podemos concentrarnos en el efecto de la medida sobre los potenciales usuarios del servicio expreso.
Antes de responder a la pregunta, debemos entender de qué manera se comportarán los usuarios que pueden usar ambos servicios. Específicamente: si pasa el servicio regular antes que el expreso, ¿conviene tomarlo, o conviene dejarlo pasar y esperar al expreso? Claramente esta respuesta dependerá de qué tan frecuente es el servicio expreso. Si es suficientemente frecuente, convendrá dejar pasar el servicio regular. De hecho, existe un umbral para la frecuencia del servicio expreso, sobre el cual el servicio se vuelve suficientemente atractivo como para que los usuarios lo esperen, captando así demanda que de otra forma transportaría el servicio regular.
Aquí es donde aparece una paradoja análoga a la de Braess. Imaginemos que sobre el corredor existe ahora también un servicio expreso que ofrece una frecuencia justo bajo este umbral. El sentido común dictaría que al aumentar la frecuencia (es decir, la capacidad) del servicio expreso, el nivel de servicio del sistema debería mejorar. Sin embargo, esto no es necesariamente así. Antes, con frecuencias bajas, el servicio expreso atendía solo a un porcentaje de su demanda potencial. Ahora, al superar el umbral, el servicio expreso debe satisfacer una demanda mucho más elevada con solo un poco más de frecuencia que antes, lo que puede llevar a saturar el servicio, empeorando las condiciones para estos usuarios.
Existen dos posibles estrategias para enfrentar este problema de capacidad: bajar la frecuencia del servicio expreso por debajo del umbral, regresando a la situación inicial, o elevarla hasta el punto donde la capacidad del sistema dé abasto para acarrear la nueva demanda atraída. En otras palabras, existe un rango de frecuencias (una “zona de peligro”) para este servicio expreso, donde la demanda que este atraería excedería su capacidad. A qué lado de este rango conviene operar dependerá de atributos del sistema como los costos de operación, y el ahorro potencial de tiempo involucrado. Esta no es una decisión trivial, donde las reglas simplificadas y el sentido común pueden jugarnos una mala pasada.