Transantiago muestra un método para ello. Primero, hay que establecer para el proyecto un plazo corto, que no lo aleje mucho en el paisaje político. Luego hay que hacer lo que más y mejor se pueda para desarrollarlo, privilegiando lo mediático, tratando de llegar a ese futuro sin marcha atrás. La altura desde la que se cae al final del plazo prometido depende del tamaño del proyecto inconcluso, de la cuantía de la componente servicio al cliente que éste tenga y del cuadrado de la diferencia entre voluntad y capacidad.
Sin embargo, este método es el único posible para los grandes proyectos en este Chile que somos todos; esto último por lo menos cuando salimos a la calle, como representados o como remotos representantes. Lagos se atrevió y alucinó con un proyecto que era posible y que estaba apoyado por ingeniería reputada. Cuando su período terminó se había conseguido -entre mal y bien- cambiar la industria y muchos de sus confluentes y derivados, entre ellos la integración tarifaria, que no es lo único bueno, y los buses y los votos, que fueron los más efímeros. Una base suficiente para reorientar nuestro discurso, porque la gracia que le va quedando a las quejas, las recriminaciones y las protestas es que no desentonan en ninguna parte.
Se ha confirmado que el propósito último estaba muy lejos aquel día cero. También que los períodos presidenciales cortos, que las puestas en marcha lentas, que la presión por ejecutar los presupuestos, que la inoperante verticalidad de las instancias estatales de planificación, que la distancia entre los gobernantes y los que saben, que la dinámica de la contingencia y de los incendios… y que muchas otras porfiadas cosas que entre todos podríamos enumerar y entender mejor, sirven para explicar lo ocurrido.
Quiero aplicar la lupa a un punto preciso de este mar de explicaciones. Ojalá sea, si no original, al menos entretenido. Me refiero a la aversión a planificar, esa suerte de miopía ansiosa que predomina en la administración del Estado, tan propia de la juventud, típica del déficit atencional.
Recurriendo al mismo ejemplo anterior diré que en el tiempo durante el cual asesoré a Transantiago, en temas de infraestructura, nunca hice, ni vi, ni supe de un plan o programa de inversiones cuya cronología fuera algo más que “cartas Gantt” hechas en planillas Excel, con tareas obesas y huérfanas de muchas de las relaciones imprescindibles que deben mantener con la realidad. Me pregunté después por qué la Comisión Parlamentaria que investigó el caso no pidió las programaciones del proyecto, ya que si lo hubiera hecho habría llegado como flecha al talón del asunto. La explicación que me doy es que los honorables también son chilenos-moda en esta materia; de hecho, buscando en sus bulladas “Conclusiones…” la palabra planificación, en el sentido que aquí le doy, ésta sólo aparece dos veces, y programación ninguna.
Moya[1] dice que, en un borrador del informe (2007) de la comisión parlamentaria que investigó el caso, se lee que ésta “no pudo hacerse de una idea clara del tipo y magnitud del plan de infraestructura, porque los actores citados dieron cifras y datos discordantes. No había un plan de Infraestructura concreto, ni un seguimiento claro de su estado de avance para el Transantiago”. Moya agrega que “el tema es el más ambiguo de todo el informe y uno de los más preocupantes, ya que queda rondando la pregunta de si se van a completar las inversiones urbanas necesarias para que el sistema de Transporte funcione correctamente (y, más inquietante, que si la ciudad puede resistirlas)”.
Lo que se esté haciendo hoy con respecto a la infraestructura de nuestro Transgolem -algo desconocido para mí- hay que seguir haciéndolo. Pero eso no debe impedir la ejecución de algunas otras tareas, tareas conocidas pero aletargadas hasta después de apagar las llamas, algo así como para siempre y para nunca. Me refiero a las actividades -de planificación y preparación- necesarias para hacer converger enredados esfuerzos, en plazos de estadista, en un sistema de transporte urbano integrado en sí mismo y con la ciudad; operando con contratos y controles eficientes; con su objeto físico representado, clasificado y cuantificado; con herramientas para manejar información masiva; con una cadena de producción de proyectos de obras y servicios entendida y entrenada, y con un tutor de gran diámetro, sólidamente clavado en un suelo de buena granulometría política, que tenga nítida autoridad legal sobre dichos objeto y operación, que conduzca el crecimiento del sistema en cuestión hacia un destino que no por lejano está menos claro.
Fantaseo con la certeza de que ese destino no es tan lejano, que se acercará más si la ingeniería de transporte va reasumiendo -y se le vaya dando- la responsabilidad profesional que tiene, si piensa con un poco de cariño en el adulto que habrá de ser el monstruito, que será un poco contrahecho, pero nada de leso. Y también en la medida que vayamos obteniendo o aprendiendo de pares complementarios dispuestos a ayudar, internos o externos, la articulación política, la sensibilidad urbanística y la humildad que entre otras virtudes nos faltan.
Más aún: imagino un diálogo del corto con el largo plazo al interior de la unidad productiva tipo del gobierno. Veo al primero acercándose al exánime y dándose cuenta de que los últimos suspiros que escapan de sus labios son en realidad palabras entendibles, dichas muy bajito; que son pocas pero germinales, y que consiguen hacer perdurar su ser. Que, a diferencia de lo que le ocurre a quien termina el recorrido de la cuerda en el cadalso, en este caso sí habría inseminados, los doctores y bomberos que nos gobiernan y nos gobernarán.
[1] Esto dice él de sí: “Soy Andrés Moya y este es mi blog, Bitácora virtual. Un blog que trata de mi vida y de mi pasión que es la Arquitectura {v+arq}. … Soy arquitecto de la Universidad Católica de Valparaíso (1996) y Máster de la Pontificia Universidad Católica de Chile (2000). Escríbeme a bitacovir@gmail.com”.